Cómo el Coronavirus nos hace ver el futuro del trabajo

Durante el tiempo de trabajo, los niños no cuentan. Y ahora que tantos trabajan desde casa, los niños deben ser “eliminados” de alguna manera. Las mujeres indican que, al hacer llamadas a través de Zoom, si sus niños salen en escena les hará parecer poco profesionales, mientras que los hombres deben preocuparse menos pues, ante la misma situación, a ellos se les percibe como más humanos. En cierto nivel de éxito corporativo, esto puede ser así, pero para la mayoría de las personas la realidad del trabajo desde casa es complicada y confusa. Por ello nos preguntamos ¿cómo nos hace ver el Coronavirus el futuro del trabajo?

A medida que la pandemia ha hecho más visibles todas las desigualdades, también ha hecho que nos centremos en lo que hay detrás. Las mujeres, teletrabajando, están haciendo mucho más. Cuidan más de sus hijos, pasan más tiempo formándose o educando, realizan más tareas del hogar… y todo ello incluso si están trabajando para una empresa.

El antiguo equilibrio entre trabajo y vida personal, nunca alcanzado, está más descontrolado que nunca. La conciliación está dando pasos de malabarista sobre la cuerda floja de las necesidades competitivas. El trabajo virtual no tiene tiempo de imitación: el correo electrónico, WhatsApp y las temidas y supuestamente optimistas reuniones de Zoom significan que los trabajadores están disponibles todo el tiempo.

¿Flexibilidad real como futuro del trabajo?

Esta inflexibilidad se vende de alguna manera como flexibilidad, pero supone que el trabajador siempre está preparado para ser contactado. El trabajador remoto es, para algunas empresas, el trabajador ideal. No necesitan invertir en un escritorio o espacio de oficina. No necesitan una unión. Son maleables y compatibles en un momento en que todos estamos preocupados por la pérdida de empleos a causa de la pandemia. Puede que no sean tan productivos, pero están haciendo lo suficiente para que muchas grandes compañías piensen que este es el futuro del trabajo.

Este futuro puede parecer la panacea. No son necesarios los desplazamientos, podemos vivir donde queramos, salir de la ciudad en cualquier momento y tener la oficina en casa. Ante todo libertad, aunque ésta no sea real. La mayoría de las personas que hablan de este tema cuentan ya con una habitación de trabajo en sus casas. Muchos de ellos ganan lo suficiente y otros tantos han optado por el autoempleo en lugar de tener que aguantar a sus antiguos jefes.

Lo que necesitamos es repensar cómo trabajamos, y la respuesta no puede ser una fuerza laboral atomizada y deprimida.

A la gente le gusta verse, cara a cara, y en la vida real. En todo caso, la Covid-19 nos ha recordado que el contacto humano tiene algo, incluso solo a través del contacto visual, que ninguna tecnología es capaz de reproducir. Faltan la espontaneidad y la risa en los eventos digitales forzados. Cada vez que le preguntas a la gente acerca de cómo tuvieron sus grandes ideas, la mayoría responde que a través de casualidades: una conversación a la hora de almorzar, al intervenir por estar un colega ocupado, etcétera. ¿Pero cómo trabajan los jóvenes, que ya no pueden pagar los alquileres de la ciudad, en sus pisos diminutos? ¿Cuándo tienen la oportunidad de volar, improvisar o comportarse de manera informal? La interacción cara a cara es importante. La casualidad es la madre de la creación.

Adiós presencialismo y jornadas de 9 a 5

En el futuro del trabajo, la cultura del presencialismo y la jornada estándar de nueve a cinco en la oficina, anacronismo de los días de trabajo en la fábrica, es probable que desaparezcan. Y es de esperar que muchos viejos demonios de la gestión, que han sido ridículos durante décadas, también se olviden. Uno de estos demonios son las reuniones con un gran número de personas. Cuando seas un buen líder, ninguna reunión durará más de 10 minutos y, no, no todos podrán hablar. Todos sabemos que esto es una falsa democracia. Lo mismo ocurre con la lluvia de ideas, otro ejercicio redundante, pues no es más que un espectáculo para los extrovertidos. Todos los demás se sientan allí esperando que termine. Las ideas suceden cuando no las estás forzando. ¿Hay alguien que aún no lo sepa?

A medida que se acabe el confinamiento, se pedirá a muchos trabajadores que toleren algunas condiciones muy extrañas, y esto se hará bajo la terrible jerga comercial de “resiliencia”, “reestructuración” y “agentes de cambio”. Se le dirá a la fuerza laboral que esta nueva forma de trabajar promete flexibilidad, pero la flexibilidad forzada no es lo mismo que la elección, que es lo que más se quiere: trabajo con propósito y cierta autonomía.

Para muchos, el trabajo no tiene un propósito, y la cuarentena ha trasladado ese sentimiento al hogar de manera literal. Pero las personas necesitan ingresos. Los que están al final del montón con contratos de cero horas ya saben que la flexibilidad es una calle de sentido único. El trabajo es simplemente una práctica económica y no se reconocen los elementos sociales de producción. El gran anhelo presente en muchos de los teletrabajadores es únicamente el aspecto social.

El futuro del trabajo en la era post-Covid no debe subestimar la importancia de todo esto para conseguir la recuperación económica. La parte social es lo que hace que el trabajo sea soportable para muchos. Para los pocos afortunados, el equilibrio trabajo-vida parece mejor que nunca, pero estamos bastante lejos de conseguirlo. Todo es trabajo, y la vida personal no tiene forma. No hay descanso, no hay interruptor de apagado, no hay cuidado de niños. En cambio, estamos destinados a hacerlo todo las 24 horas del día. Si este es el futuro, no es de extrañar que muchos estén deseando volver al trabajo, aunque solo sea para disfrutar de un momento de privacidad.

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